CARTAS
de dirección espiritual dirigidas al
P. Eugenio Cantera O.A.R
Por la Venerable
Sor Mónica toda de
Jesús
Agustina Recoleta
+
J. M. J. y A.
Baeza, 12 de junio 1914.
Conciencia
Amadísimo padre de mi alma en el divino
Corazón de Jesús: Me alegraré se encuentre vuestra reverencia bien como yo le
deseo. Yo me encuentro bien, gracias a Dios.
Padre mío, recibí su carta a su debido
tiempo y quería haberle contestado a vuelta de correo pero no ha podido ser por
las ocupaciones que hemos tenido. La principal ha sido que hemos estado
haciendo la novena al Corazón de Jesús, que aquí se hace todos los años. Ha
resultado hermosísima. Los sermones han estado a cargo del jesuita P. Pedro
Castro. Han sido magníficos. Yo he gozado mucho pues han sido dos días [de] Comunión
general en las que han comulgado más de trescientas almas, y los que aquí no
acostumbran, y muchas de ellas que hacía muchos años que no habían comulgado,
ni confesado. ¡Qué alegría siente con esto mi corazón, padre mío! Si hubiera
estado en mi mano, mi cuerpo y mi vida lo hubiera dado para que todos los
pecadores hubieran confesado, comulgado y amaran mucho a Jesús, aunque yo soy
la mayor pecadora del mundo.
No se puede usted figurar, padre mío, la
alegría que me dio su carta, y más mandándola como la mandó, pues ha sido la
primera que he recibido cerrada desde que me escribe. Me alegra mucho. Así me
gustan a mi las cosas, en secreto. Pero más me alegré cuando leí y vi las cosas
tan buenas que me decía, aunque otras también me dieron mucha pena. Padre mío,
bien sabe lo que me hacen sufrir todas las cosas y más siendo que me lo dice
usted. Siempre, desde la primera vez que me quedé así [extasiada],
no se me ha pasado un día sin pedir al Señor que me llevase por el camino de
todas las almas, o sea, por el camino ordinario, pues cualquier otro me hace
temer mucho.
Desde que hablé con usted, como ya sabe,
me quedé más tranquila, cuando me dijo usted que [por] ese
camino me quería ahora el Señor. Pero eso de que me preguntaban y
contestaba..., y que me oían…, yo no lo sabía. Ya le dije a usted la vergüenza
que me daba sin saber todo lo demás, pues figure usted como estoy ahora.
Estaría siempre metida en un rincón y no saldría para nada, pero me tengo que
vencer. Antes de venir hice intención de pasar todos los ratos que pudiera en
el coro.
Le voy a decir qué es mi vida. Me han
puesto para ayudar a una hermana en la limpieza del colegio. Primero, me
levanto a las cuatro y cuarto o cuatro y media, y hasta las cinco y media
limpio la clase. De seis a [seis y] media recibimos la
Comunión. Estoy bien. Ningún día me doy cuenta de la misa que se celebra después
de la Comunión. ¡Si supiera usted, padre, la alegría que siento en todo mi
espíritu al tener a Jesús todos los días en mi corazón y las gracias que me
hace!, no se lo puede usted figurar, y lo bueno que es Jesús conmigo. ¡Qué
gracia más grande, padre mío, de tener a Jesús todos los días! Desde que tengo
a Jesús todos los días, me parece no haber faltado a su presencia más que uno a
tres minutos, que fue la vez que le escribí a usted. ¡Qué
pena me dio más grande!, he llorado y lloro todavía de haber faltado y por cosa
tan corta. Y esa gracia es pequeña, padre, ¡cuánto le debo al Señor! Yo, cada
día tengo más ansias de amarle mucho, quisiera devolverle amor por amor pero
eso sería soberbia. Padre, si Jesús me ama mucho yo debo de amarle mucho
también. Pídaselo usted al Señor: que yo le ame sin reserva.
Hasta ahora no me preocupa otra cosa más que Jesús, de nada
de la vida me acuerdo, ni de comer.
Padre, la madre me mandó que tenía que
tomar [comer] fuera de las horas porque me dicen estoy muy
delgada. Yo les digo que no siento necesidad. Tomé dos días y me
sentó muy mal, después ningún día me acuerdo. Un día le dije yo [a la
madre] que ya que el Señor me había quitado el dolor de estómago que
no tenía necesidad de tomar hasta la hora de comunidad y que fuera [de
ella] me sentaba muy mal la comida; que haría lo que me mandasen, pero
que yo temía que si tomaba fuera de las horas me volviese el dolor, porque ya
que el Señor me lo había quitado por algo sería, y no sintiendo necesidad, el
Señor quiere que cumpla con la Santa Regla que dice: “No se coma fuera de las
horas a no ser que se esté enferma”. Yo, padre, me siento bien, la cabeza es lo
que me duele siempre y algunas veces me aprieta mucho, en particular los
jueves; ya llevo dos seguidos que no he podido hacer mas que una hora de la
Hora Santa, (como le dije que hacía cuatro, los cuatro puntos de la hora de
santa Gema en cuatro horas). Yo lo siento porque no puedo pensar en Jesús como
quiero cuando la tengo tan mala.
Yo quiero que usted me diga lo que debo de
hacer en todo, que yo le quiero obedecer. También ayuno todos los viernes y
también los días de Témporas he ayunado. Pedí ayunar todos los sábados y me
dijeron que no. Lo que hago es, padre, [ayunar] todo el mes de
mayo y también éste. Con permiso de la madre no bebo agua ninguna en los días
del miércoles, viernes y sábado. Ya me dirá lo que le parece [las] dos
horas de cilicio y tres disciplinas al día, y le repito que me
encuentro bien; cada vez [con] más deseos de sufrir por
nuestro amado Esposo. Muchas veces, padre, yo me desharía y me haría chispas
para resarcir las injurias que Jesús recibe de todos los pecadores y de mi
misma, que soy la que más le ofendo. ¡Mándeme todo lo que quiera!
Después de comer tengo que fregar lo de
las niñas, acabo pronto y [he] hecho propósito de no pasearme,
pues en vez de eso hago una obra de caridad que es ayudar a la hermana que está
de (palabra ilegible) y después me voy al coro, [allí] muchos
días paso el silencio, cuando puedo y me deja la cabeza; después estoy en la
sala de labor, no hablo si no me preguntan y si me preguntan brevemente
contesto; después de la sala me voy al coro hasta las cinco y después me voy a
las seis, otra vez, hasta las siete. Y si tengo otra cosa que hacer lo hago, y
si no, sigo en el coro hasta las ocho. Después de la cena estoy en el coro
hasta las nueve que ya está la comunidad en la sala [de recreo]. [allí] se
habla y se está trabajando. Yo hago lo mismo, si me hablan contesto, y si no,
me callo como [en] las demás horas. A las nueve y media nos
recogemos y procuro estar en el fuego [oración] hasta las
tres, después me duermo hasta las cuatro o cuatro y cuarto que me levanto como
todas.
Ya le digo en qué me ocupo. Dígame si sigo
así o qué debo hacer si le parece bien. También le digo que me estaría siempre
en un rincón [sin] que nadie me viera, y más ahora, ¡me da una
vergüenza tan grande estar delante de alguna que no se lo puede usted figurar!
Temo mucho, padre mío, que yo me vaya a perder. Con todas las veras de mi pobre
alma le digo tal como lo siento.
Yo no quiero nada más que amar a Jesús y
no ofenderle, todo lo demás no lo quiero. Dígame usted qué debo de hacer para
que no me pase eso, y usted sabe que quiero obedecerle al instante. Dígamelo
usted por amor a Jesús.
Padre mío, quiero amarle mucho, mucho,
hasta morir de amor; sufrir mucho por su amor hasta dar mil cuerpos y mil vidas
que tuviera por amor a mi Jesús, y todo eso se puede hacer sin que me pasen
esas cosas. Pero dígame usted qué debo de hacer pues yo no lo se, que se lo
agradeceré en el alma; hágalo usted por mi alma que también es de Jesús.
No puedo detenerme más ahora, otro día le
diré más en las cartas. Le dije a la madre que si me dejaba escribir con
libertad las cosas de mi conciencia había de ser [de modo] que
nadie habría de leer las cartas ni las suyas ni las mías, que si me lo permitía
lo haría. Ella me dijo que lo hiciera y que estuviese tranquila, que las
pusiese en dos sobres, que [a]sí lo había [dis]puesto
usted. Así lo hago, y así se seguirá haciendo.
Un día me dijo sor Pilar que hacía mucho
tiempo que le había escrito a usted y no le había contestado.
Otra cosa he de decirle, padre mío, y es
que tampoco quiero que mis cartas vayan a Martos . Y perdóneme usted por todo
lo que le moleste, y no deje de pedir mucho a Jesús por mi pobre alma. ¿Lo
hará?, ¿sí? Yo tampoco me olvido de pedir por el padre de mi alma en todas las
horas del día.
Si puede usted me escribe cuando pueda y
no deje de echarme su santa bendición a la menor y más indigna de sus hijas.
Sor Mónica