sábado, 18 de febrero de 2012

Carta al Padre Cantera O.A.R.


CARTAS

de dirección espiritual dirigidas al
P. Eugenio Cantera O.A.R

Por la Venerable

Sor Mónica toda de Jesús
Agustina Recoleta







J. M. J. y A.
Baeza, 12 de junio 1914.
Conciencia
Amadísimo padre de mi alma en el divino Corazón de Jesús: Me alegraré se encuentre vuestra reverencia bien como yo le deseo. Yo me encuentro bien, gracias a Dios.

Padre mío, recibí su carta a su debido tiempo y quería haberle contestado a vuelta de correo pero no ha podido ser por las ocupaciones que hemos tenido. La principal ha sido que hemos estado haciendo la novena al Corazón de Jesús, que aquí se hace todos los años. Ha resultado hermosísima. Los sermones han estado a cargo del jesuita P. Pedro Castro. Han sido magníficos. Yo he gozado mucho pues han sido dos días [de] Comunión general en las que han comulgado más de trescientas almas, y los que aquí no acostumbran, y muchas de ellas que hacía muchos años que no habían comulgado, ni confesado. ¡Qué alegría siente con esto mi corazón, padre mío! Si hubiera estado en mi mano, mi cuerpo y mi vida lo hubiera dado para que todos los pecadores hubieran confesado, comulgado y amaran mucho a Jesús, aunque yo soy la mayor pecadora del mundo.

No se puede usted figurar, padre mío, la alegría que me dio su carta, y más mandándola como la mandó, pues ha sido la primera que he recibido cerrada desde que me escribe. Me alegra mucho. Así me gustan a mi las cosas, en secreto. Pero más me alegré cuando leí y vi las cosas tan buenas que me decía, aunque otras también me dieron mucha pena. Padre mío, bien sabe lo que me hacen sufrir todas las cosas y más siendo que me lo dice usted. Siempre, desde la primera vez que me quedé así [extasiada], no se me ha pasado un día sin pedir al Señor que me llevase por el camino de todas las almas, o sea, por el camino ordinario, pues cualquier otro me hace temer mucho.

Desde que hablé con usted, como ya sabe, me quedé más tranquila, cuando me dijo usted que [por] ese camino me quería ahora el Señor. Pero eso de que me preguntaban y contestaba..., y que me oían…, yo no lo sabía. Ya le dije a usted la vergüenza que me daba sin saber todo lo demás, pues figure usted como estoy ahora. Estaría siempre metida en un rincón y no saldría para nada, pero me tengo que vencer. Antes de venir hice intención de pasar todos los ratos que pudiera en el coro.

Le voy a decir qué es mi vida. Me han puesto para ayudar a una hermana en la limpieza del colegio. Primero, me levanto a las cuatro y cuarto o cuatro y media, y hasta las cinco y media limpio la clase. De seis a [seis y] media recibimos la Comunión. Estoy bien. Ningún día me doy cuenta de la misa que se celebra después de la Comunión. ¡Si supiera usted, padre, la alegría que siento en todo mi espíritu al tener a Jesús todos los días en mi corazón y las gracias que me hace!, no se lo puede usted figurar, y lo bueno que es Jesús conmigo. ¡Qué gracia más grande, padre mío, de tener a Jesús todos los días! Desde que tengo a Jesús todos los días, me parece no haber faltado a su presencia más que uno a tres minutos, que fue la  vez que le escribí a usted. ¡Qué pena me dio más grande!, he llorado y lloro todavía de haber faltado y por cosa tan corta. Y esa gracia es pequeña, padre, ¡cuánto le debo al Señor! Yo, cada día tengo más ansias de amarle mucho, quisiera devolverle amor por amor pero eso sería soberbia. Padre, si Jesús me ama mucho yo debo de amarle mucho también. Pídaselo usted al Señor: que yo le ame sin reserva.  Hasta ahora no me preocupa otra cosa más que Jesús, de nada de la vida me acuerdo, ni de comer.

Padre, la madre me mandó que tenía que tomar [comer] fuera de las horas porque me dicen estoy muy delgada. Yo les digo que  no siento necesidad. Tomé dos días y me sentó muy mal, después ningún día me acuerdo. Un día le dije yo [a la madre] que ya que el Señor me había quitado el dolor de estómago que no tenía necesidad de tomar hasta la hora de comunidad y que fuera [de ella] me sentaba muy mal la comida; que haría lo que me mandasen, pero que yo temía que si tomaba fuera de las horas me volviese el dolor, porque ya que el Señor me lo había quitado por algo sería, y no sintiendo necesidad, el Señor quiere que cumpla con la Santa Regla que dice: “No se coma fuera de las horas a no ser que se esté enferma”. Yo, padre, me siento bien, la cabeza es lo que me duele siempre y algunas veces me aprieta mucho, en particular los jueves; ya llevo dos seguidos que no he podido hacer mas que una hora de la Hora Santa, (como le dije que hacía cuatro, los cuatro puntos de la hora de santa Gema en cuatro horas). Yo lo siento porque no puedo pensar en Jesús como quiero cuando la tengo tan mala.

Yo quiero que usted me diga lo que debo de hacer en todo, que yo le quiero obedecer. También ayuno todos los viernes y también los días de Témporas he ayunado. Pedí ayunar todos los sábados y me dijeron que no. Lo que hago es, padre, [ayunar] todo el mes de mayo y también éste. Con permiso de la madre no bebo agua ninguna en los días del miércoles, viernes y sábado. Ya me dirá lo que le parece [las] dos horas  de cilicio y tres disciplinas al día, y le repito que me encuentro bien; cada vez [con] más deseos de sufrir por nuestro amado Esposo. Muchas veces, padre, yo me desharía y me haría chispas para resarcir las injurias que Jesús recibe de todos los pecadores y de mi misma, que soy la que más le ofendo. ¡Mándeme todo lo que quiera!




Después de comer tengo que fregar lo de las niñas, acabo pronto y [he] hecho propósito de no pasearme, pues en vez de eso hago una obra de caridad que es ayudar a la hermana que está de (palabra ilegible) y después me voy al coro, [allí] muchos días paso el silencio, cuando puedo y me deja la cabeza; después estoy en la sala de labor, no hablo si no me preguntan y si me preguntan brevemente contesto; después de la sala me voy al coro hasta las cinco y después me voy a las seis, otra vez, hasta las siete. Y si tengo otra cosa que hacer lo hago, y si no, sigo en el coro hasta las ocho. Después de la cena estoy en el coro hasta las nueve que ya está la comunidad en la sala [de recreo]. [allí] se habla y se está trabajando. Yo hago lo mismo, si me hablan contesto, y si no, me callo como [en] las demás horas. A las nueve y media nos recogemos y procuro estar en el fuego [oración] hasta las tres, después me duermo hasta las cuatro o cuatro y cuarto que me levanto como todas.

Ya le digo en qué me ocupo. Dígame si sigo así o qué debo hacer si le parece bien. También le digo que me estaría siempre en un rincón [sin] que nadie me viera, y más ahora, ¡me da una vergüenza tan grande estar delante de alguna que no se lo puede usted figurar! Temo mucho, padre mío, que yo me vaya a perder. Con todas las veras de mi pobre alma le digo tal como lo siento.

Yo no quiero nada más que amar a Jesús y no ofenderle, todo lo demás no lo quiero. Dígame usted qué debo de hacer para que no me pase eso, y usted sabe que quiero obedecerle al instante. Dígamelo usted por amor a Jesús.

Padre mío, quiero amarle mucho, mucho, hasta morir de amor; sufrir mucho por su amor hasta dar mil cuerpos y mil vidas que tuviera por amor a mi Jesús, y todo eso se puede hacer sin que me pasen esas cosas. Pero dígame usted qué debo de hacer pues yo no lo se, que se lo agradeceré en el alma; hágalo usted por mi alma que también es de Jesús.

No puedo detenerme más ahora, otro día le diré más en las cartas. Le dije a la madre que si me dejaba escribir con libertad las cosas de mi conciencia había de ser [de modo] que nadie habría de leer las cartas ni las suyas ni las mías, que si me lo permitía lo haría. Ella me dijo que lo hiciera y que estuviese tranquila, que las pusiese en dos sobres, que [a]sí lo había [dis]puesto usted. Así lo hago, y así se seguirá haciendo.

Un día me dijo sor Pilar que hacía mucho tiempo que le había escrito a usted y no le había contestado.

Otra cosa he de decirle, padre mío, y es que tampoco quiero que mis cartas vayan a Martos . Y perdóneme usted por todo lo que le moleste, y no deje de pedir mucho a Jesús por mi pobre alma. ¿Lo hará?, ¿sí? Yo tampoco me olvido de pedir por el padre de mi alma en todas las horas del día.

Si puede usted me escribe cuando pueda y no deje de echarme su santa bendición a la menor y más indigna de sus hijas.





Sor Mónica

No hay comentarios:

Publicar un comentario